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LIBERALES: ¡A LAS COSAS! (i)

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Alberto Mansueti

Lima, Marzo de 2011

A los argentinos de 1939, enfermos como siempre de retórica, José Ortega y Gasset les dio un consejo muy sabio: “Argentinos: a las cosas”. Me permito parafrasearlo, para decir algo sobre las muchas cosas que tenemos que hacer los liberales clásicos, cristianos y no cristianos, en Argentina y en todos nuestros países latamericanos, en lugar de perder el tiempo con nuestros deportes favoritos.

I. LOS VACÍOS

Nos falta un proyecto y una oferta

A los liberales parece que nos gusta el deporte de la queja. Con nuestros más notorios portavoces a la cabeza —que todos conocemos— siempre andamos en tono lamentoso y plañidero contra el socialismo, y por lo muy ignorantes, necios, burros e “idiotas” socialistas. En la prensa escrita y en Internet describimos largamente, con admirable precisión en detalles técnicos a veces, los garrafales errores económicos y maldades estatistas, y sus nocivos efectos en todos los ámbitos. A diario.

Así lucimos mal. En estos tiempos se adora el pensamiento “positivo”, y nuestra actitud de sola crítica nos hace ver “negativos”. No soy amigo de darle siempre la razón a la gente; pero sí en este caso, porque la tiene: de toda corriente política, hay derecho a esperar no solamente una lluvia de críticas e improperios contra el adversario, sino también un proyecto, con una oferta positiva, que haga una alternativa para escoger.

Los liberales gastamos en la pura crítica toneladas de tinta y papel (o de bytes, por fortuna más económicos), y muchísimo tiempo. Sin logros hasta el momento. Porque el socialismo reina y campea rampante en todos nuestros países, solo o combinado con fuertes dosis de mercantilismo y de “política correcta” (PC). Es la realidad, nos guste o no. Y a mí no me gusta nada.

¿Qué pretende esa pedagogía meramente crítica? Parece que los liberales aspiran a que los socialistas “aprendan economía” y de ese modo se “conviertan” (objetivo algo inconsistente con epítetos tan fuertes como “idiotas”); pero lo lamento, tengo una mala noticia: esa conversión no va a ocurrir. Los socialistas no van a aprender nada ni a convertirse, por la simple razón de que viven muy bien así como están. No van a cambiar. Pasan una vida cómoda y regalada, a costa del contribuyente. No saldrán del poder cuando sean “convencidos” sino cuando sean desalojados, por una fuerza política de potencia similar aunque signo contrario; esto es casi como una ley física. No se van a ir; tenemos que sacarlos. Por las vías y medios electorales y partidistas, ya que vivimos en una democracia, nos guste o no. A mí no me gusta del todo; pero no hay otra que aceptarla.

Nos unimos al llanto de nuestra clase media porque los Presidentes abusan de su poder burlando la ley, ¿pero acaso las leyes se cumplen solas? Sólo las leyes de la ciencia lo hacen; las normas jurídicas requieren para cumplirse de un aparato estatal, que incluye un Congreso, para poner contención al Ejecutivo. Si esas instituciones están hoy secuestradas por indecentes e ignorantes, es sólo porque nosotros así lo permitimos, con nuestra inacción, o con la ineficacia de nuestras acciones. ¿Acaso hicimos un partido para poner presión eficaz en el Congreso?

Nos falta convocar a un proyecto político (no un Club de Debates) con una oferta política. Por “Oferta” entiendo un programa consistente e integral de propuestas concretas (pocas, decisivas y contundentes), una línea tras otra, puestas en blanco y negro, e inspiradas en nuestros principios del Liberalismo Clásico: Gobierno limitado, libre mercado, libertades individuales y propiedad privada. Por “Proyecto” entiendo campañas masivas de opinión a los sectores medios y populares con el mensaje “Hay otro camino: ¡y es éste Programa!”, con un periódico y vertebrando un movimiento, luego una corriente de opinión y un partido, para ganar elecciones parlamentarias, y derogar las leyes malas. Con su Hoja de Ruta: “Estamos en el punto A; y para llegar al punto deseado X, la vía pasa por tales y tales estaciones intermedias”. Lo intento desde hace años, y en varios de nuestros países, pero los círculos liberales lo ignoran. Están ocupados, en otros menesteres.

Los deportes liberales

Porque otro deporte favorito de los liberales es el interminable debate sobre ciertos puntos de doctrina, teoría y/o política económica, ¡de incalculable importancia por sus dramáticas consecuencias prácticas! Pero esas conexiones con la vida diaria de la gente no se le revelan ni se le muestran en el contexto de un plan factible, viable, creíble, y aplicable mediante el voto por candidatos identificados con la oferta. Esos puntos permanecen oscuros y abstrusos para el común; y si hay alguna propuesta, se pierde en la jerga académica, salvo mención en una pequeña nota bibliográfica. La opinión pública ni se entera de nuestras discusiones.

Otros dos temas de encendidos debates en “la interna” liberal son el anarquismo y el ateísmo, temas con las cuales pasa igual: a muy poca gente le interesan. Negativos desde la letra “A” —que significa negación— anarquismo y ateísmo repelen a muchas personas, sin necesidad. No son propios de una oferta política, ni caben en un proyecto político que deseamos plasmar en la realidad, en algún momento.

A veces nos dedicamos a otro deporte, igualmente desgastador: la competencia “yo soy más liberal que tú” (y que todos); el juego del “liberalómetro”. En sí mismo no es que sea malo este deporte, pues sirve para una tarea urgente y doble: deslindar el liberalismo clásico a la vez de la merca-social-democracia y del anarquismo. Pero el problema es que lo jugamos mal: como no hay proyecto liberal traducido en un Plan de Gobierno Liberal —o algo parecido— el juego del “liberalómetro” es en el vacío, sin referencia específica a medir; y por eso es infructuoso e inútil.

Pero basta de críticas ¡y a las cosas! Permítanme Uds. por favor un ratito de su valioso tiempo, para contarles de las 5 Reformas, del aporte judeocristiano al liberalismo clásico, y de un Plan de Acción en 5 Pasos. Estoy seguro que habrá acuerdos y desacuerdos, pero es lo que pienso. Espero que sirva al menos para la discusión informada.

El punto de partida

Lo primero es orientar a los desorientados. El Mensaje Liberal ha de decir primero que las reformas “Neo” liberales de los ’90 fueron las “macro-económicas”, para resolver los problemas del Estado, no los de la gente. Para perpetuar un Estado obeso, sobrecargado de funciones y burocracia, de poder y de dinero, aunque crónicamente desfinanciado y endeudado. Y corrupto. Un super-Estado, multipropósito, supuesto a ocuparse de todo.

El principal “desequilibrio macroeconómico” para “corregir” en aquella época fue el déficit fiscal. Pero los estatistas no se redujeron sus gastos, todo lo contrario: ¡se aumentaron los recursos! Porque multiplicaron los impuestos y elevaron sus tasas. Y transformaron los monopolios estatales en privados mediante su venta a precios astronómicos, ¡sin dejar de ser monopolios! Aquellas reformas del Estado se hicieron a costa de las personas. Y por un tiempo el estatismo no necesitó de la inflación para financiarse; pero ahora está regresando la impresión indiscriminada de dinero papelífero, y las consiguientes carestías.

¿Dónde estamos ahora? ¿Cuál es el punto “A”? Un sistema cada vez peor, más estatista y colectivista. En lo económico es desde hace décadas social-mercantilista: otorga exclusivos privilegios a una oligarquía económica “protegida” por el lado mercantilista, a la cual libera de la obligación de competir y ser eficiente; y por el lado “socialista”, a la casta política de izquierda, encargada de “redistribuir la riqueza” en sus propios bolsillos y cuentas bancarias.

En los temas no económicos, el sistema incorpora las exigentes demandas de la agenda “política correcta” o PC eco-ambientalista y anti-empresa, racista-indigenista, humano-derechista torcida, sexista-feminista, anti-familia y anti-cristiana, alegando más pretextos, para dar cada día más cometidos y roles al Estado, y más poder y dinero en sus manos, y dejar menos libertades y recursos a la gente. Las “políticas públicas” encubren una reingeniería hecha de infinitos impuestos y subsidios, prohibiciones y obligaciones, restricciones y controles, que como zanahorias y garrotes usan a su antojo; o como si la sociedad fuese una inmensa fábrica, y nosotros las poleas, engranajes y correas de transmisión de las maquinarias, que manejan conforme a un Plan Maestro diseñado a su capricho.

En medio de este pantano, todo latamericano piensa en la huida al Primer Mundo, donde se operan un par de transformaciones increíbles en los migrantes: pasan en pocos años de la pobreza a la riqueza, porque saltan de la indolencia a la diligencia apenas al llegar. Así que el problema no es la determinación genética, ni cultural. ¿Cuál es entonces nuestro problema? Es el sistema.

El punto de destino “X” y la vía de acceso

Dicho sin retórica: la meta es cambiar el sistema. Para tener seguridad, justicia, libertad, riqueza y orden. Son cinco resultados del sistema de Gobierno limitado. El “orden” es el equilibrio entre el Estado y las instituciones privadas, y de estas entre sí, cada cual en lo suyo. Y la paz es hija del orden.

Ganar más y vivir mejor todos, con tranquilidad; eso queremos. Pero para vivir en paz y orden, sin sobresaltos del hampa, con seguridad pública, justicia en los tribunales, y obras de infraestructura, necesitamos una reforma del Estado. Y para expandir la producción económica, multiplicando varias veces los empleos, las oportunidades y los ingresos reales, y la riqueza, necesitamos una reforma de la economía. Así como requerimos de otras tres reformas para tener mejor educación, medicina, y previsión para la vejez e infortunios, en esos tres dominios respectivos.

Las cinco reformas corresponden más al Congreso que al Ejecutivo, porque en cada país hay más de dos mil leyes malas a derogar para quitar las competencias y los recursos de manos del Estado y ponerlos en manos de la gente, permitiendo a los particulares crear riqueza como debe ser: desde abajo y no desde arriba, y distribuirla como debe ser: a través de los mercados y no de los gobiernos. Es el camino de las reformas “micro” o de “segunda generación”, para resolver los problemas no ya del Estado sino de la gente: inseguridad, desempleo, carestía, pobreza y miseria. ¿Cómo? De este modo: poniendo al Estado en sus tres funciones propias —seguridad, justicia, e infraestructura— y quitándole de las áreas que no son suyas.

Este orden de las cinco reformas —Estado, economía, enseñanza, atención médica, planes de jubilaciones y pensiones— es meramente expositivo, porque son para ejecutarse todas en forma simultánea, debido al carácter complementario unas de otras. Y a igual velocidad: de inmediato, tan pronto cuenten con suficiente apoyo de opinión y congresistas, debido a su urgencia. No es una primero y las otras para después, como se nos dijo en los ’90; así no funciona.

Veamos primero las reformas del Estado y la economía, que se ligan estrechamente; y luego las de la educación, la salud y la previsión, que van en paralelo y en base a un mismo esquema.

II. LAS PROPUESTAS

Gobierno limitado, economía ilimitada

Seguridad y justicia son las necesidades prioritarias. El objetivo de la reforma política es un Estado “fuerte pero limitado” (Mises), sólo para cumplir sus tres funciones propias: seguridad y defensa, justicia, obras públicas de infraestructura. Y que sea un Estado federal o de tipo descentralizado. ¿Impuestos? Muy pocos, muy bajos, y planos (uniformes); y sólo para las tres funciones, que serán reforzadas, al concentrarse en ellas todas las actividades, personal y recursos públicos.

En economía implica que estará prohibido conceder monopolios y otros privilegios a los privados. Y al Estado le estará prohibido imprimir nuevo dinero, y contraer más empréstitos y deudas. Habrá muy amplias libertades cambiarias y monetarias para la gente. Y económicas. Así serán reducidos a la vez el gasto fiscal, la presión tributaria y la carga reglamentarista, la permisería y la corrupción. Este es el núcleo de la reforma del Estado.

El núcleo de la reforma económica es la derogación de todas las leyes que atentan contra el trabajo, los ingresos, el ahorro, la inversión, y la actividad empresarial y productiva, limitando o restringiendo su potencial. Sin reglamentos paralizantes, burocracia ni deuda, con bajos impuestos, y siendo cada quien libre de escoger la moneda de su preferencia para sus saldos y contratos.

De este modo tendremos precios a la baja, más ahorro e inversiones, nuevas empresas y desarrollo de las actuales, con más empleos, más productivos y mejor pagados. De inmediato y para todos más poder de compra, con dinero fuerte en nuestros negocios, ingresos, cuentas y ahorros. Y sin gravar nuestro futuro, o hipotecar el de nuestros hijos. Las privatizaciones de empresas y activos estatales no serán para crear monopolios privados, sino para capitalizarnos con acciones, que año a año nos rendirían retornos complementarios de los ingresos corrientes. No habrá igualdad de oportunidades, porque eso es utópico; pero sí igualdad de derechos, y así las oportunidades serán mayores y mejores para todos.

Política, economía y derecho

Sea mercantilista, socialista o mixto, el estatismo no funciona; lo que funcionan son las libertades económicas y los mercados abiertos: el capitalismo liberal es la única salida a la pobreza. Esa es la gran lección de libros como “Los Fundamentos de la Economía: Una Visión Cristiana” por Shawn Ritenour, y “Economía Política de una Sociedad Cristiana” por Stephen Perks, conjugando las enseñanzas bíblicas sobre uso racional de los recursos con las lecciones de la Escuela Austriana de Economía. Sin olvidar “El Punto de Vista Económico” por el Rabino Israel Kirzner —con Prólogo de Mises— destacando el papel del empresario en una economía dirigida por las fuerzas del mercado. Y es asimismo la gran lección práctica que en China el Premier Deng-Xiaoping inspiró desde 1984, cuando propuso el principio “Un país, dos sistemas” en sus tratos con Inglaterra y Portugal para las colonias de Hong Kong y Macao, con vistas a introducir luego el capitalismo en otras zonas y territorios de la nación. El propósito de las dos primeras reformas es aplicar esa lección.

¿Cómo se practica el capitalismo? Con reglas no sólo claras sino justas; un orden basado en contratos concertados voluntariamente entre las partes intervinientes en un negocio o empresa, sin leyes reglamentaristas dictadas por el Congreso para cada sector o actividad productiva. La clave es no perder eficiencia en la asignación y ajuste de recursos económicos; he allí el secreto. Para ello la ley se entiende sólo como “una regla de justicia objetiva de tipo general y abstracto”; así la describe el Premio Nobel Friedrich Hayek. O en palabras de la Biblia: “sin torcer la justicia a favor de la opinión de la mayoría”, o a favor del pobre “sólo por ser pobre” (Éxodo 23:2-3), o “en contra del extranjero” (Éxodo 23:9); esto es: “sin hacer acepción de personas” (Deuteronomio 16:19).

Hoy en Latamérica es preciso para ello derogar casi todas las leyes especiales de tipo dirigista y controlista dictadas en los últimos 40 años. A fin de que recuperen su vigencia plena los antiguos Códigos generales, en vigor entre los años 1880 y 1930 más o menos, cuando nuestros países conocieron años de crecimiento y prosperidad a ritmos que después nunca volvimos a tener. Así p. ej. la agricultura volverá a ser por fin una actividad rentable, sin condenar a nuestros campesinos y productores agropecuarios a la miseria para cumplir la directiva populista de “comida barata”; y la industria volverá a crecer desde abajo, con tecnologías procedentes del exterior, y libre de trabas y cargas del lado de la producción o “de la oferta”.

Las leyes económicas de los mercados han sido satanizadas injustamente —por ignorancia— pero son las leyes naturales de la oferta y la demanda, y también de las cantidades y los precios, las utilidades y los costos, las inversiones y los retornos. Obedeciendo a esas leyes, todos estos factores se coordinan y ajustan de forma espontánea y óptima, para satisfacer eficientemente las necesidades humanas, dentro de los confines delimitados por los recursos disponibles. Las necesidades se expresan en las variables de demanda, y los recursos productivos en las de oferta. La tan famosa y mal entendida “mano invisible” del mercado es real, y hace maravillas cuando no es detenida, obstaculizada o desviada o por las torpes manos visibles de legisladores y funcionarios.

Reducido el Estado a un tamaño normal, y ajustada toda la economía a sus leyes naturales, los ingresos bastarán para pagar precios reales y remunerativos por los alimentos, como por la educación, las medicinas o cualquier otro producto. Los precios del “lado de la demanda” (o del consumo) serán estímulo suficiente para los productores, sin requerirse “programas de incentivos” u otras “promociones” del sector político. Con un Gobierno limitado, el traslado de un rubro productivo a otro será la respuesta del empresario a los cambios en las estructuras de precios, sin que haya prohibiciones de importar.

En el orden de los delitos y las penas el capitalismo se practica con un Derecho centrado en la víctima antes que en el victimario: una justicia penal restitutoria o compensatoria (Éxodo 22, Levítico 5:5-8), no con atención prioritaria al transgresor, sea para su castigo, o sea para su “regeneración” (un tanto ilusoria), a todos sus perjudicados, vulnerados en sus derechos, para restaurarles o compensarles. El delincuente tiene obligación de restituirles a sus víctimas, o de indemnizarles los daños y perjuicios, en caso de no ser la restitución posible.

Para la Agenda des-legislativa

“Seguridad” es el anhelo que encabeza las encuestas. El crimen nos golpea y atemoriza. Pero las estadísticas criminales muestran que la mayor parte de los asaltos, atracos y balaceras, se relacionan con el tráfico de drogas. Y pese a casi un siglo de “Guerra a las Drogas” —como si todo vicio, pecado, debilidad o fallo humano debiese tipificarse como un delito— este comercio no ha disminuido; todo lo contrario: cada día se produce más y se trafica más, porque se consume más.

La relajación de las leyes antidroga no va a disminuir el consumo probablemente, ni por ende el comercio; pero va a reducir el crimen, y mucho. Y sin duda va a disminuir la masa de población hacinada en las cárceles, que hoy sólo espera salir para seguir reincidiendo en el tráfico de sustancias, altamente rentable y violento sólo porque es ilegal.

La gente apoya las leyes laborales restrictivas porque ve en ellas una seguridad, contra el desempleo y a la vez contra la inflación. En lenguaje llano hay que decirle la verdad: que esas leyes son la causa del paro; y que la inflación tiene un remedio propio, y es la deflación. Con la supresión de las restricciones al trabajo, al comercio y a la empresa, vamos a tener más bienes y servicios, más empleo y más consumo. El economista austro-cristiano Mark Skousen, en “La Estructura de la Producción” muestra un hecho evidente: las personas con bajos y medianos ingresos son mucho más numerosas que las ricas, y sus actuales carencias son mucho mayores; por eso su potencial de compra es harto mayor. De allí que la liberación de los corredores productivos de las diferentes líneas de bienes y servicios va a generar un alza súbita y gigante de producción, empleo y consumo, sin esperar demasiado tiempo, porque toma sólo meses hacer sillas, camas, viviendas, ropa y alimentos. Según los “Neo” liberales hay que esperar muchos años para que los frutos del capitalismo “se derramen” hacia abajo; no es cierto: la riqueza se crea desde abajo.

Otro economista austro-cristiano, Jorg-Guido Hulsmann, en su libro “Deflación y Libertad” aboga por derogar las leyes bancocentralistas y laborales a la vez. Explica que la inflación es un impuesto oculto, resultado de la emisión por el Banco Central de billetes insolventes, pero “de curso legal”. El Estado y sus allegados se benefician, pero los demás tenedores de saldos monetarios se perjudican al perder poder de compra sus activos líquidos. En una economía normal en cambio el dinero es real, y por tanto estable: no hay inflación. Incluso la tendencia de sus precios en el largo plazo es a la baja, como en el s. XIX: los precios de costos y de ventas caen a la vez; esto se llama deflación. Bajan también los valores de los activos, pero no se van, siguen disponibles, aunque más baratos. Y los precios disminuidos no reducen la demanda, al contrario. Incluso hoy con inflación, hay gente comprando sofisticados televisores, celulares, computadoras, etc. porque han bajado sus precios relativos, aunque sus precios nominales sean iguales o mayores. Deflación no equivale a ingresos o beneficios menores, tampoco a despidos: más demanda de algo significa que se necesitan más empleados para producirlo, y hay despidos sólo cuando la libre contratación se impide por la fuerza.

A los bancos se les ha de obligar a mantener 100% de reservas para los préstamos, al menos a elección del cliente, para que el crédito también tenga una base real, como los diputados conservadores Steve Baker y Douglas Carswell propusieron el pasado 2010 en el Parlamento británico. Hay que derogar las leyes de “encaje legal” que garantizan a la banca el privilegio legal de la reserva sólo parcial o “fraccionaria”. De esta forma el crédito se respaldará con ahorro real, y se facilitarán nuevos negocios y más empresas, con la conversión de las actuales PYMEs en GEs (Grandes Empresas), a través de la expansión de sus mercados. De este modo los bancos no van a perder, van a ganar mucho, pero de manera más sana y productiva.

Otras leyes a derogar son las ambientalistas: son anti-desarrollo. Tras el colapso de la URSS, y el nivel de vida superior en países capitalistas o que antes lo fueron, ya los marxistas no pueden decir que la burguesía “explota” al proletariado. Por eso ahora dicen que la industria provoca un calentamiento global, aunque está demostrado que el “cambio climático” es lo normal: entre los años 900 y 1300 d.C. hizo tanto o más calor que ahora. Y no había fábricas.

Y hay que derogar las leyes pro “derechos” de la mujer y de los niños y adolescentes: son anti-familia. La familia es la base de la sociedad, y de la economía, y como ésta, responde a los incentivos. Thomas Sowell testimonia que la causa de la pobreza de su raza en Usamérica no es la “explotación” del blanco; es la destrucción de la familia negra por los incentivos perversos del “Estado de Bienestar”. Veremos más adelante que el realismo cristiano bíblico tiene mucho que decir al respecto.

Educación, atención médica, jubilaciones y pensiones

Lo que falta de las reformas gubernativa y económica van incluidas en la reforma educativa, y en las de salud y previsional. Vea Ud.:

El estatismo nos ha dicho que “la educación es muy importante”. Y lo es, pero que una actividad sea importante no es razón para dejarla en manos del Gobierno cuando no sirve para esa función, sino lo contrario; es para que la retomen las instituciones sociales privadas, fortalecidas con sus poderes y recursos recuperados. El Estado es una institución que como todas, sirve sólo para sus fines propios, y nada más. Por otro lado, la educación tampoco es la “la palanca del desarrollo”, ni es la panacea universal para todo mal. En todos los niveles de enseñanza, hay ahora varias veces más institutos y más graduados que hace 20, 30 o 50 años, y tenemos hoy tantos diplomados universitarios que los hay hasta vendiendo periódicos y conduciendo taxis; ¿y dónde está el desarrollo?

La Reforma de la Educación es para expandirla, pero sobre todo para mejorar su calidad, que hoy es muy pobre. ¿Cómo? 1) Empoderando a los profesores y maestros mediante la dación en pago —por obligaciones pendientes— de los centros docentes que hoy son estatales, a título de propietarios. Para que ellos puedan trabajar de manera autónoma, cobrando a sus clientes por sus servicios, compitiendo con los institutos que son hoy privados. Y para que los usuarios y consumidores puedan elegir con toda libertad entre alternativas ampliamente variadas. Y 2) empoderando a los alumnos más pobres, con cupones o bonos-créditos reembolsables (“vouchers”), para  pagar con ellos en los centros educativos de su elección, en igualdad de derechos con sus compañeros, durante la transición.

Y desde luego, eliminando las imposiciones estatales en los contenidos, así como en los métodos, objetivos, modos y estilos de enseñanza. La calidad de la educación impartida mejorará notablemente con libertad, porque sólo competencia produce excelencia. Y así se acabarán las eternas discusiones: ¿Educación sexual? Cada instituto docente va a ser libre de ofrecerla o no, y si decide hacerlo, será libre de escoger los criterios, según y conforme la preferencia y demanda de los padres y representantes. ¿Moisés o Darwin? De igual manera: cada escuela y Liceo va a redactar sus propios y programas y currícula de estudios, con sus textos favoritos, jerarquizando a su elección la educación de su preferencia: clásica, humanista o tecnológica, religiosa o no, en idiomas o bellas artes, ciencias, oficios etc. Demos ejemplo a los usamericanos, enredados en la querella sobre qué tipo de enseñanza deben o no deben dictar los gobiernos para la “escuela pública”, olvidando la vieja y básica lección de la Biblia: educación privada (Deuteronomio 4:9).

La misma política e iguales mecanismos aplican a la Reforma de la atención médica: empoderando a los médicos, enfermeras, bioanalistas, etc., mediante la entrega en propiedad de los centros de salud, para que trabajen con autonomía, y para que los usuarios y consumidores puedan escoger libremente. Empoderando a los enfermos, discapacitados y accidentados pobres, mediante cupones reembolsables a las empresas médicas, en la transición.

Igual con la última Reforma: Jubilaciones y Pensiones. Con un Plan-Póliza mínimo a sostenerse subsidiado con cupones en la transición. Con esta reforma se acabarán las jubilaciones miserables, las interminables demoras, dilaciones y papeleo, las colas y largas esperas y trámites para cobrarlas.

Con mucha más plata en el bolsillo gracias a las dos primeras reformas, con estas otras tres gozaríamos también de educación, servicios médicos y previsionales de calidad, y económicos, con profesionales responsables. La libertad de elegir es la madre de la eficiencia y la buena atención. ¿Y los más pobres? Cupones, y no promesas demagógicas.

Separando lo público de lo privado

Igualmente que con la separación del Estado y las Iglesias, la esencia de las cinco reformas es la separación, principio del orden. Separación del Estado y la economía; pero también del Estado y la educación; y de la medicina; y de la previsión.

Más para la Agenda parlamentaria: el Estado tendrá que separarse también de otros ámbitos hoy invadidos por el estatismo, y por ende secuestrados por el clientelismo y la corrupción; especialmente: ciencias, artes, cultura, prensa, deportes y partidos políticos. En estas esferas de la vida privada, el Estado ha irrumpido siempre con los mismos pretextos: regulaciones a cambio de “ayudas”, y controles para supervisar el uso de los subsidios. Y siempre con iguales consecuencias: dominación asfixiante, asesinato de la iniciativa particular y de la autonomía, empleo de recursos privados para fines políticos y otros más inconfesables. El ex Presidente Reagan resumió así la filosofía del estatismo respecto a empresas, actividades e instituciones privadas: “Si se mueve, le pones un impuesto. Si se sigue moviendo, le pones una regulación. Y si deja de moverse, le das un subsidio para que puedas ponerle otro impuesto.”

Hasta aquí las cinco reformas. Incluyendo las tres series de cupones para los más pobres durante la transición, una oferta atractiva para quitar a los más necesitados de las filas del clientelismo.

“Bien común” y corrupción

Con estatismo no hay decencia, ni respeto a los valores. Hablamos de “valores” porque todos queremos una sociedad donde haya respeto, honestidad, integridad, veracidad, justicia y equidad, y orden. Y también diligencia y eficacia, así como lealtad y fidelidad en el cumplimiento de los compromisos y la palabra empeñada, además de cordialidad y buen trato en todas las relaciones humanas afectivas, amistosas, familiares, comerciales y aún políticas.

Una sociedad de orden y respeto a estos principios, reglas y valores básicos, permite el acceso a otros valores de jerarquía inmediata superior, entre ellos el servicio y el “amor al prójimo como a uno mismo”: la generosidad, y la solidaridad que es real (es decir, voluntaria) a favor del más necesitado. Pero la condición es un orden social no estatista: descentralizado y horizontal, donde cada una de las instituciones sociales básicas pueda cumplir sus funciones propias en sus respectivas esferas, las familias, empresas, centros educativos, gremios y asociaciones privadas; y por su parte los gobiernos municipales y regionales y el Gobierno nacional, haciendo su trabajo sin entrometerse.

En este orden social, político y legal, los gobiernos y autoridades políticas, lejos de “enseñorearse” (Marcos 10:42, Lucas 26:25) sobre las instituciones privadas, les prestan a través de la legislación un marco jurídico donde pueden desempeñarse con relativa autonomía y eficacia, por sus propios medios, sin dependencias dañosas.

Esta es la doctrina social (y política) de la Biblia, conocida como “soberanía de las esferas” en la exposición de Abraham Kuyper, Pastor calvinista y ex Primer Ministro de Holanda a comienzos del s. XX. Hay un “bien común” de la sociedad, pero no es sólo el Estado exclusivamente quien contribuye a su logro y permanencia sino todas las instituciones, incluyendo las privadas, cada cual en su esfera, con sus fines y por sus medios propios.

Este orden dinámico resulta de un delicado balance o equilibrio entre fuerzas como gravitatorias que se hacen contrapeso unas a otras, al modo de los astros y las estrellas del firmamento; no es producto de decretos del Congreso u otras acciones de Gobiernos. Es un orden “natural” porque no procede de diseño humano alguno, tal como agudamente destacara el Premio Nobel Friedrich von Hayek. Procede de la inteligencia de Dios, que es tan infinita como su justicia y benevolencia. Por esa razón, el bien de la sociedad se sigue de respetar este orden (Levítico 26:1-13 y Deuteronomio 28:1-13), y de lo contrario graves daños se producen (Levítico 26:14-46 y Deuteronomio 28: 15-68.) No es casual que los primeros Presidentes cristianos de Usamérica tomaron posesión del cargo jurando sobre Biblias abiertas en estos pasajes.

La gente piensa que la corrupción es el problema No. 1, como enseña la “teoría política vulgar”, que todos repiten. Pero no es así. La corrupción tiene una causa, que es el verdadero mal No. 1: el estatismo, que se traduce en una concentración a la vez de muchísimo dinero y muchísimo poder en pocas manos, las de los gobernantes. Así la corrupción resulta inmensa, y es un efecto inevitable. En cambio en un orden social equilibrado, con el poder y los recursos mejor distribuidos, sin las distorsiones y perversiones propias del estatismo, los Gobiernos serán más pequeños, menos ricos, más honestos, porque los gobernantes serán menos todopoderosos e impunes. La corrupción no desaparecerá; pero será reducida a dimensiones manejables, y tratables por sus remedios propios: los judiciales.

Calidad de vida y tiempo de ocio

Hoy todos perdemos largas horas, días, meses y años de nuestra vida en un sistema ineficiente y agotador de Economía Política, que nos hace gastar entre 4 y 10 veces más de tiempo laboral para tener un nivel de vida apenas comparable con el de un obrero usamericano, suizo o español. Ese sobretiempo gastado nos impide hacer muchas cosas. Por ej. no nos permite documentarnos acerca del estatismo, y participar en actividades políticas destinadas a ponerle fin.

Hay algo que nadie ofrece en las campañas electorales, ni se menciona siquiera, pero es sin embargo inherente a la oferta de un liberalismo clásico que se traduce en propuestas concretas y atractivas: tiempo de vida, nada menos. Tendremos que gastar menos horas diarias de trabajo para obtener las cosas, con muchísimo más tiempo libre, para emplear en y con nuestros niños y ancianos, salud, educación y capacitación, esparcimiento, o lo que cada quien desee hacer con su mayor tiempo libre. Es algo que sólo los liberales podemos incluir en nuestra oferta: ocio.

Enseñando liberalismo clásico

El común de la gente corriente y moliente que se encandila con las promesas socialistas, jamás va a leer “La Acción Humana” o “La Rebelión de Atlas”, u otros tomos de tamaño menos atemorizante. Ni siquiera un artículo de mi amigo Álvaro Vargas Llosa o un ensayo de mi maestro Alberto Benegas-Lynch (o de Alberto Mansueti.) Es por eso irrealista la pretensión de convencer al grueso de las personas sobre la superioridad teórica o moral del capitalismo en base a puros argumentos tomados de la Economía austriana, del iusnaturalismo o del objetivismo.

O de los “austro-cristianos” Mark Skousen, Georg-Guido Hulsmann, Shawn Ritenour, Stephen Perks etc. que desarrollan una excelente doctrina de liberalismo clásico cristiano (LCC) conforme al precepto bíblico del Gobierno limitado —Gary North y Gary DeMar enfocados a la acción política— tal como se entendió en la Escuela de Salamanca (España, s. XVI) y en la Europa protestante por los ss. XVI y XVIII, y en las Colonias británicas americanas. Al igual que Michael Novak, Jeffrey Tucker (Instituto Acton) y otros en el mundo católico. Pero la masificación de esta enseñanza tropieza con un serio obstáculo: la mayoría de los cristianos profesantes en Latamérica son católicos: no toman en cuenta la Escritura, y se confunden con las ambigüedades de las Encíclicas sobre “la cuestión social”; o son neo-pentecostales “místicos”, y no toman en serio el estudio bíblico metódico y sistemático.

Vale insistir en la educación del público —bíblica y no bíblica— pero los liberales tenemos que comenzar a transitar otra vía para sacar a la gente corriente de su actual condición: mostrarles las ventajas concretas que las reformas reportarían en su status y nivel de vida. Entre ellas las que ya se han apuntado.

Hay vida después del estatismo; ¡y es mucho mejor!

Eso no es tan difícil con los agentes de la economía informal, ni con técnicos y profesionales desempleados, subempleados o subpagados. La dificultad es con los funcionarios y empleados estatales, y otros dependientes del clientelismo. ¿Qué futuro les espera con las cinco reformas? Aparte lo que ya se ha dicho, hay cuatro clases de ventajas a enumerar, para cuatro clases de afectados potenciales:

1) Los policías y militares, jueces y empleados judiciales, diplomáticos y otros funcionarios y trabajadores en las verdaderas funciones del Estado, genuinamente “públicas”, hoy por completo desatendidas por los Gobiernos de turno. ¿Qué va a pasarles a ellos? Pues que sus roles van a ser totalmente revalorizados, y por consiguiente van a estar mucho mejor pagados y considerados.

2) Los maestros y profesores, médicos, enfermeras y personal de salud, etc., atrapados hoy en empleos estatales muchas veces frustrantes y mal pagados, van a desempeñarse como empresarios en sus propios centros educativos o médicos, sin cambiar de profesión, en actividades competitivas y encaminadas a la excelencia, con amplia libertad para desarrollarse, e ingresos mucho más elevados.

Hoy en día, muchos docentes por ej. tienen muchas ideas para “revolucionar” la educación, y eso es bueno; lo malo es que pretenden imponerlas a todos desde el Ministerio respectivo. Cuando no haya Ministerio de Educación, cada uno de ellos va a ser libre de ensayarla en su propio centro educativo, ¿qué más pueden pedir? Y es análogo con los profesionales y técnicos de la salud.

3) Los empleados meramente burocráticos que hoy vegetan en Ministerios y dependencias sin oficio ni beneficio por un sueldito de hambre, tendrán productivos empleos privados para elegir en una economía en expansión. No todos son inútiles, opacos y grises, muchos son activos y creativos, y análogamente al caso de los educadores y médicos, tienen ideas y proyectos para revolucionar algún campo de la producción, ¿Qué más pueden pedir que una oportunidad para ensayarlos? Van a ser los cuadros ejecutivos y operativos en toda clase de firmas comerciales particulares.

4) De igual modo, los adictos a los “planes sociales” que hoy apenas les alcanzan para comer, también tendrán empleos privados en la nueva economía. Pero si en la transición requieren apoyo para educación, salud y previsión de ellos o sus hijos y familiares, pues tendrán también las tres series de bonos o “vouchers”.

De estos cuatro sectores van a salir muchas de las capas o elites dirigentes del futuro Partido Liberal. Todo lo que hay que dejarles saber es esto: que el “Estado de Bienestar” está quebrado o a punto de quiebra en los países ricos, tanto más en los pobres. Simplemente no da más.

Comenzando por regiones

Asombro del mundo es el explosivo desarrollo económico en China, y el consiguiente súbito cambio para mejor en el nivel de vida de los casi 500 millones de residentes en las ZES (Zonas Económicas Especiales) o relacionados con ellas. China es un país de 9,6 millones de Km2, el cuarto más grande del mundo en territorio, con 1.300 millones de habitantes, una quinta parte de la población mundial; aunque sin democracia aún, políticamente centralizado bajo el control del Partido Comunista (PCCh). ¿Pero es ahora capitalista? No entero sino por partes. Existen amplias libertades económicas en las ZES. Y el país ha tenido así espectaculares, envidiables y sostenidas tasas de crecimiento anual entre un 10 % y un 15 %, y se ha hecho un gigante económico.

Ese crecimiento se concentra en las regiones liberadas de la franja costera, además de Hong Kong, pasado a China en 1997. En 1979 se crearon cuatro Zonas Económicas Especiales (ZES) sobre la costa marítima del Sudeste: Shenzen la primera, Zhukai y Shantou en la provincia de Guandong, y Xianmen en la provincia de Fujian. Zonas libres, inspiradas en los ejemplos de Singapur, Taiwan, Surcorea y Hong Kong, que se abrieron al libre comercio, a las inversiones internacionales, a las tecnologías occidentales, y a las reglas del capitalismo liberal.

Shenzen es un área de 250 millones de habitantes, convertida en pocos años en un emporio gigantesco, atrayendo mano de obra de otras regiones para sus empresas. Por las libertades, y por los competitivos precios del suelo y del trabajo, numerosas empresas de Hong Kong se trasladaron a Shenzen desde 1980, con el consiguiente auge económico y urbanístico; y pasó de un pueblo de pescadores a una gran metrópoli, entre las de mayor crecimiento en el mundo. Las bolsas de valores de Shenzen y Shanghai listan más de 1.500 empresas con una capitalización combinada de MM U$S 2.658,2 en 2008, rivalizando con la de Hong Kong (MM U$S 2.121,8) segunda más grande de Asia tras la Bolsa de Tokio (MM U$S $ 3.925,6).

Tras el efecto demostración de estas cuatro Zonas, en 1984 se crearon otras 14, con similares resultados de inmediato. Se ha dado una colosal inmigración de población rural que obtiene lo que busca: empleo y bienestar. Prueba más que fehaciente de que el capitalismo es de sobra eficiente para hacer riqueza: las ZES se sostienen a sí mismas en un excelente nivel de vida para sus habitantes, y son capaces de pagar ahora suficientes impuestos y regalías, como para mantener a todo el inmenso resto del país rural y comunista, incluyendo la Nomenklatura del PCCh y sus allegados en Beijing, y en todas y cada una de las provincias del interior. “Un país, dos sistemas” significa en la práctica que un sistema vive a costa del otro: el improductivo del productivo. ¿Puede durar? ¿Es tolerable esta injusticia? ¿Y qué pasará con las demandas de apertura política y democratización?

La realidad china desnuda la contradicción entre el sistema de libre mercado por un lado, que premia el trabajo, la inventiva y la iniciativa individual, y que recompensa generosamente todo esfuerzo y emprendimiento destinado a crear riqueza, con la ideología comunista por otro lado. Aquí es donde toma la palabra el Cristianismo.

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