“Libertad de cultos” es una expresión poco precisa; la posición liberal sobre el tema de la libertad religiosa es “separación de Iglesia y Estado”. No es una política anticristiana, porque tiene suficiente apoyo bíblico, que muestro en mi libro “Las leyes malas”.
Es más: la separación de religión y Estado es un concepto específicamente cristiano, desconocido en el mundo antiguo, que por eso mismo desconoció la libertad individual. Grecia y Roma no conocieron la separación, y en el viejo Israel se prefiguró a partir de la diferencia entre el sacerdocio y el funcionariado civil, liderizados uno y otro por Aarón y Moisés en el Desierto, y en Palestina por profetas (“videntes”) y jueces, y por Samuel y Saúl.
Pero la separación es una novedad introducida en Occidente por el cristianismo –tras la experiencia de las injustas y muy crueles persecuciones romanas– y con ella, también la libertad personal que trae consigo. Aunque la separación de Iglesia y Estado no equivale a la de religión y política, ya que toda religión implica una “cosmovisión” del mundo, la sociedad y el hombre, y por ende también de la política.
En este ensayo le propongo que revisemos: I. La neutralidad del Estado II. La separación de lo privado y lo público III. La separación de Iglesia y Estado bien entendida IV. La separación mal entendida V. Pecados y delitos VI. Religiones populares, religión civil y religiones políticas VII. Aborto, eutanasia, drogas, homosexualismo
I. La neutralidad del Estado
La separación de Iglesia y Estado es consistente con los otros puntos clave de la doctrina liberal del Gobierno limitado –en funciones, poderes y gastos– basados en la premisa de neutralidad del Estado frente las actividades privadas de todo género. Esta neutralidad es fuente y garantía de la libertad personal, por lo cual es inseparable de ella. Y la neutralidad sólo se asegura con una estricta separación entre lo público y lo privado.
Hoy en día la “política correcta” predica lo contrario: la “alianza de gobierno y empresa” y la “cooperación de Estado y sociedad civil”, y que el gobierno “debe estar muy cerca de los ciudadanos” etc. La separación entre lo público y lo privado está bajo fuerte y masivo ataque en todos los frentes, como en general toda la doctrina liberal, y cada uno de sus principios, que se ignoran, olvidan o confunden.
Esta cruzada ideológica en pro de la con-fusión entre lo público y lo privado es una más entre las tantas ofensivas del totalitarismo. Y su triunfo es seguro, a menos que usemos el único antídoto eficaz: la reivindicación del liberalismo, que comienza por darlo a conocer.
II. La separación de lo privado y lo público
En todas las áreas de la vida –desde economía y finanzas hasta religión– hay una sola manera de tener y asegurar la libertad, y es la no intromisión del Estado: — “Estado” significa gobiernos y magistrados, legisladores y burocracias oficiales. Es decir: el poder público, encargado de la seguridad y defensa, justicia y obras públicas. — “Privadas” son las actividades que por su naturaleza son propias de los particulares: economía, prensa y medios de expresión y comunicación, educación, práctica de la medicina y profesiones y oficios en general, actividad ideológica y político-partidista, deportes, obras de caridad etc. Y por supuesto: religión, iglesias y cultos.
La doctrina liberal afirma que la intromisión del Estado en las actividades privadas significa siempre lo mismo: dar privilegios a unos, que se niegan a otros. Y la no intromisión del Estado también significa siempre lo mismo: igualdad de derechos.
1) ¿Qué es libertad económica? Separación de la economía y el Estado. La economía es por naturaleza una actividad privada, sea agricultura, comercio, industria, minería, banca, seguros, servicios o lo que sea. Si el Estado se entromete en ellas, va a ser para ejercer el comercio en condiciones monopolísticas, en perjuicio de la libre competencia. Y/o para conceder beneficios exclusivos a unas determinadas empresas –de tal o cual clase, o región, o especialidad o lo que sea– lo cual pone a las demás en desventaja. Es una violación al principio de neutralidad.
2) ¿Qué es libertad de prensa? Lo mismo: separación de medios de comunicación y Estado: la prensa es una actividad privada. La ingerencia del Estado en la prensa siempre termina (o empieza) favoreciendo o imponiendo tales o cuales informaciones, expresiones u opiniones en desmedro de otras, cuya difusión va a quedar en injusta desventaja; por eso el Estado debe estar bien separado. La libertad de prensa es consustancial a la libertad de expresión; y la sola garantía para ambas es la propiedad exclusivamente privada de los medios de comunicación, sin privilegios para unos en contra de otros. Toda ley de prensa es una ley mordaza. No debe haberlas porque van contra el principio de neutralidad.
3) Separación de educación y Estado. Es igual: la educación es una actividad privada. La separación de entes educativos y Estado es una garantía contra el adoctrinamiento oficial a favor de ciertas y determinadas teorías o escuelas de pensamiento, conceptos y estilos de vida, corrientes filosóficas, científicas o religiosas, metodologías de enseñanza, visiones de la historia, etc., escogidas e impuestas coercitivamente, en detrimento de otras, y en franca violación de la neutralidad estatal.
4) Separación de ejercicio médico y Estado. Igualito. Hoy en día existen infinidad de medicinas alternativas (“naturales”) además de la homeopatía por ej. Y ni hablar de siquiatría y sicología. Una ortodoxia o escuela médica determinada no debe ser impuesta por ley en desmedro de otras, porque el derecho de elección corresponde al público: los pacientes, que son los usuarios y consumidores. Por eso la Medicina es por naturaleza y debe ser una actividad estrictamente privada, y los servicios médicos deben ser separados del Estado, como los de las otras profesiones.
Es un principio general: si el Estado se entromete en una actividad privada cualquiera, es para imponer opiniones y reglas a sus protegidos, y a cambio conferirles ventajas frente a sus competidores. Así es en las cuatro actividades vistas hasta aquí –economía, prensa, educación y atención médica–; y la política no es una excepción. El intervencionismo estatal es un atentado contra la libertad: no debe ser.
5) ¿Qué es libertad política? Idéntico: separación de actividad ideológica, política y partidista respecto del Estado. No debe haber subsidios para los partidos, ni “Ley de Partidos Políticos” con exigencias de ninguna clase, porque el ejercicio político es una actividad privada. Si de un partido político no te gusta a ti su doctrina o su programa, sus líderes, sus propuestas o la forma de escoger sus autoridades o sus candidatos o lo que sea, entonces simplemente votas con los pies: te vas. O no entras. Y ya.
III. La separación de Iglesia y Estado bien entendida
¿Qué es libertad religiosa? Igualiiiito… Separación de Iglesia y Estado. No debe haber religión oficial. Ni subsidios ni prebendas o ayudas económicas o de otra clase para las iglesias, ni “Ley de iglesias” con requisitos y exigencias de ningún tipo, porque el culto a Dios es de Dios; no es del César. Frente a Dios es una actividad pública –o sea que no es en secreto– pero frente al Estado es estrictamente privada.
Los liberales –cristianos o no, creyentes o no– aplicamos aquí el mismo e idéntico principio liberal que hemos visto en las anteriores actividades privadas: si de una iglesia no te gusta a ti su doctrina, sus líderes, la forma de escoger sus autoridades o lo que sea te desagrade, entonces simplemente votas con los pies: te vas. O no ingresas. Y ya. Aunque desde luego debes aceptar el derecho que tienen a no admitirte, o a expulsarte (excomulgarte) si te han admitido; y si eres miembro debes aceptar su autoridad disciplinaria. Como en un club social o deportivo, una empresa, una asociación civil, un partido político o el Rotary Club. ¡Todas entidades privadas!
Hablando de deportes: hay que exigir la separación del deporte y el Estado. Basta de subsidios y de prebendas y privilegios exclusivos en beneficio de tales o cuales disciplinas, y en perjuicio de las demás. Basta de intromisiones estatales; en el fútbol especialmente. Hay que decirlo: el estatismo ha politizado el fútbol, y lo manipula con descaro para identificar al equipo de fútbol con la nación, la patria, el nacionalismo y el colectivismo. Y para la creación de una conciencia colectivista (consignas como “somos un equipo”, y que “todos juntos podemos” y que “tenemos que trabajar en equipo” y otras idioteces tribalistas que la gente se traga sin advertir, especialmente en países donde se ha hecho del fútbol la religión mayoritaria.
IV. La separación mal entendida
En EEUU el principio de separación establecido en la I Enmienda prohibe una iglesia oficial, como se usaba en Europa, en los países de mayoría católica y en los de mayoría protestante. Lo que prohibe la Enmienda es que con fondos públicos se sostenga o ayude a una iglesia unida al Estado o fomentada por el Estado. Ese es el postulado liberal. No debe existir una religión oficial, como tampoco una empresa petrolera (o de otra clase) oficial, bancos estatales, partidos estatales, institutos educativos oficiales y cosas así. A los liberales nos complace la coherencia.
No obstante lo anterior, ahora en EEUU la “política correcta” no quiere entender bien: — Ese postulado no prohibe que las iglesias privadamente y con sus propios fondos tengan propiedades o empresas, mantengan obras sociales y servicios médicos, o sostengan escuelas, liceos, universidades, editoriales y librerías, etc. — Mucho menos prohibe a las iglesias expresar sus opiniones en público sobre asuntos relativos a la vida nacional, u otra clase de temas de su interés o de pública relevancia.
En EEUU lo están entendiendo mal ahora; pero los latinoamericanos las entendimos mal desde el principio –tanto católicos como liberales– desde la Independencia; y por esos malentendidos hicimos mal las cosas, como siempre. Y hasta corrió sangre, mucha, como en México.
— Los católicos no entendieron ni aceptaron el principio de separación. Para ellos –al igual que para los protestantes del norte de Europa– el Estado tenía la obligación de sostener a su iglesia y a su culto, con exclusión de los demás. Y defendieron por todos los medios su posición. — Los “liberales” separaron al Estado de la Iglesia, pero no de la educación, la economía, la prensa, la política, etc. Y siendo decididamente anticristianos, no era una separación “de” sino “contra” la Iglesia; actitudes típicas de muchos “liberales” hasta hoy. — Para aquellos implicaba la confiscación de las propiedades eclesiásticas, alegando que eran improductivas. Lo cual era verdad en muchos casos, pero eso no daba derecho a expropiarlas; y de hecho sus nuevos propietarios (los gobiernos “liberales” y sus amigotes y compadres) tampoco fueron muy productivos. — E implicaba que la Iglesia Católica no tenía el derecho a la propiedad de institutos educativos ni a educar. ¡Y tampoco a opinar! — Y el derecho de los gobiernos “liberales” a traer pastores y líderes evangélicos protestantes de Europa y EEUU, para enfrentarlos al catolicismo; ¡transplantaron iglesias enteras! Así entre nosotros el protestantismo comenzó su camino con un mal paso; y en esto no ha mejorado.
Esos malentendidos entre liberales y cristianos católicos se constituyeron en uno de los tantos factores que nos impidieron progresar. Y no se han superado, y han seguido y van a seguir como obstáculo al desarrollo y madurez de nuestros pueblos, si no los aclaramos y despejamos. Para colmo, a las viejas confusiones se han agregado otras nuevas: aborto, eutanasia, drogas, homosexualismo.
V. Pecados y delitos
Aclaremos primero la diferencia entre delitos y pecados. En otras palabras: entre derecho y moral… y religión. Porque las religiones, nos guste o no, son fuente de enseñanzas y mandatos éticos. Una fuente entre otras, porque también está la TV, las novelas y canciones populares, etc. etc. ¡Qué paquete!
La doctrina liberal en este punto no difiere en nada de la establecida por una consistente mayoría de tratadistas cristianos de todas las épocas, iglesias y denominaciones, antes y después de la Reforma, católicos y protestantes, tanto juristas como moralistas y escritores religiosos y políticos, desde Agustín de Hipona en el s. IV, pasando por Tomás de Aquino en s. XIII, hasta Monseñor Escrivá y Gary North. Esta doctrina es: no todo lo malo debe prohibirse, ni todo lo bueno debe ser obligatorio.
En otras palabras: — No todos los pecados (o inmoralidades, o conductas consideradas como tales) han de tipificarse como delitos, sino solamente algunos de ellos: los crímenes, que son aquellos abiertamente antisociales como homicidio, robo, fraude. No los demás, por diferentes razones. Como por ejemplo la infidelidad matrimonial, porque sería demasiado atiborrar los tribunales con este tipo de causas, muy delicadas y muy complicadas. O el suicidio (por razones obvias). O el licor, o el tabaco, para algunos; “peccata minuta”. O para otros, los malos pensamientos (¿Qué qué es eso? Vamos, Ud. me entiende…) ¿cómo incriminarlos? — Y tampoco todas las conductas morales (éticas, o consideradas como tales) deben ser mandatorias bajo pena de sanción por incumplimiento. Por diferentes razones. Aquí entra por ejemplo el deber de ser caritativos con los demás, o la obligación de ir a la iglesia los domingos… no son ni pueden ser judicialmente exigibles.
Hay una línea de separación. Es curiosa porque la diferencia no tiene nada que ver con la real o percibida gravedad del hecho: si Ud. le roba la mujer a su amigo (o el marido), y así le destroza su matrimonio, su familia y su hogar, la infidelidad es sólo un pecado (o inmoralidad) y no pasa nada; pero si le roba el celular o la blackberry, y así le deja de momento incomunicado, eso ya es un delito, y puede ir preso. Pero bueno, así es nuestra cultura, y todos lo aceptamos.
VI. Religiones populares, religión civil y religiones políticas
Muchas personas dicen “Yo no tengo religión”. Pero visten la camiseta de su club de fútbol, al cual “religiosamente” van a ver cada domingo. Allí en el estadio –que es su templo– tienen su liturgia y su adoración; y en su cuarto el “santuario” privado con las sagradas imágenes de sus 11 futbolistas. ¡Su religión es el fútbol! O el rock, para los jóvenes adoradores de las bandas. O cualquier otro género musical. Para otros la religión es la política; y su dios es el Partido. Para otros más, su religión es “la ciencia” aunque de ciencia entienden tanto como de teología la mayor parte de los cristianos. Todas esas son religiones populares.
En 1762, el filósofo francés Juan-Jacobo Rousseau escribió su obra “El “Contrato Social”, un intento de poner en claro las premisas y fundamentos a la democracia, no del liberalismo, como muchos erróneamente creen. El libro termina con un furioso ataque a la religión cristiana, que su autor considera incompatible con la democracia que proponía: la democracia totalitaria. Y es verdad: esa democracia es inconciliable con el verdadero cristianismo (aunque no con muchas de sus deformaciones populares). Rousseau propuso erradicar esa religión y suplantarla por otra: la “religión civil”. Esa es la democracia sacralizada, el culto a la Razón y a la Democracia. Y a la Patria, la Nación y sus símbolos sagrados: bandera, escudo, himno, Constitución. Por ahí fue la Revolución Francesa, y terminó en la ciega adoración a los gobernantes, la santificación de sus políticas, ¡y horrendas carnicerías humanas!
En 1938, en Europa imperaba el socialismo en diferentes expresiones: comunismo, nazismo, fabianismo, laborismo y fascismo. En todas las naciones, socialistas de todos los colores organizaban cultos públicos y ceremonias colectivas de adoración a la Patria, a la Bandera, al Partido y su Gran Líder. Mientras tanto en EEUU prevalecía la versión americana del socialismo: el New Deal, igual pero con algo menos de fanfarria y faramalla. Ese mismo año en Alemania apareció un libro, prohibido de inmediato. Su título: “Religiones politicas”, así les llamó a las ideologías totalitarias su autor: Eric Voegelin. Al año siguiente estalló la Guerra Mundial (segunda, no menor a la primera en ferocidad), la más reciente de las guerras europeas de religión, esta vez entre cultores de distintas religiones políticas.
Hoy en día el estatismo es la religión política oficial, humanista, secular, laica y anticristiana. Como parte de su agenda de la “corrección política”, gobiernos y políticos estatistas imponen por diversos medios –algunos muy sutiles y otros no tanto– una real y verdadera adoración y culto al Estado, el ídolo mayor de nuestra época; y poco a poco nos acostumbran a conferirle los atributos de Dios: todopoderoso, omnipresente y omnisciente, de cuya sabia Providencia todo debemos esperar con fe… los cuales pasan del Estado a gobernantes. Y asimismo pretenden conferirle al Gobierno ciertos rasgos propios de una Iglesia, como disciplinar toda la vida y conducta de los fieles conforme a su doctrina, en este caso la “política correcta”. ¿No es un atentado contra la libertad religiosa?
Fíjese en los impuestos para el Estado redistributivo. Habíamos quedado en que el deber de ser caritativos es puramente moral, como el de ir a la iglesia. Son deberes obligatorios sólo para quienes los reconocen como tales; pero no caen bajo la jurisdicción de los magistrados. Sin embargo ahora los legisladores consideran que la caridad mediante impuestos es un deber jurídico, y así lo exigen, y penalizan su evasión con severidad cada vez más extrema. Y fumar. En una época que (casi) todo lo perdona y recomienda perdonar, fumar es ahora un pecado imperdonable. Sin embargo ya no es pecado el homosexualismo; y el pecado es discriminar a los homosexuales: se llama “homofobia”, y es o va a ser severamente reprimido. Pero salvo unos liberales, nadie se queja de estas cosas; y de hecho muchas iglesias cristianas las aplauden. Lo que quiero que se vea es que los políticos del estatismo pretenden ahora dictarnos reglas de ética, y penalizarlas. Me pregunto ¿Con qué autoridad moral?
En estos tiempos los Gobiernos y políticos estatistas invitan y exigen a las iglesias a que sean muy indulgentes y laxas y tolerantes, y muchas lo aceptan, de buen grado o bajo presión de las circunstancias. Pero el Estado se hace cada vez más intolerante y rígido; quiere castigar con multas y cárceles, estigmas e inhabilitaciones lo que él define como pecados –como arrojar basuras en la calle p. ej., las cuales no quiere recoger– y así convierte los pecados en delitos y viceversa, anulando en la práctica la línea demarcatoria sobre la cual se construyó la convivencia civilizada en Occidente.
VII. Aborto, eutanasia, drogas, homosexuales
Estos temas van siempre mezclados, entre sí y con el tópico de la separación de Iglesia y Estado, porque se los mete a los cinco en la misma bolsa; lo cual es una receta infalible para entender mal las cosas y confundir los conceptos. Son asuntos muy diferentes, y por eso el tratamiento que conviene es por partes, sin mezclar. La pregunta es entonces, ¿en cuál lado de la línea los ponemos? Le invito a considerar los cuatro tópicos sin tomar en cuenta lo que actualmente dicen los gobiernos al respecto. Sólo a la luz del principio establecido: no todo lo malo debe prohibirse, ni todo lo bueno debe ser obligatorio. Pero de modo coherente.
1) Aborto. Seamos coherentes: matar un inocente debe ser delito, y sobre todo si la víctima indefensa es un niño, no importa si ya nació o todavía no ha nacido. ¿Vio Ud. alguno de esos abortos filmados que difunden algunas iglesias? Pues no le sugiero que los vea; mire en cambio una intervención quirúrgica prenatal. Los videos se consiguen en las Facultades de Medicina. ¡Es algo fascinante! Los médicos operan al bebé en el vientre de su madre. Le pregunto: ¿no es un niño a quien operan? Pues si es un niño cuando le operan, también es un niño cuando le matan. ¿O no?
Y por favor no me venga con “los casos extremos”. No me ponga esos ejemplos sentimentales de “la pobre paralítica violada que además es deficiente mental…” porque las leyes se hacen para los casos comunes y corrientes, no para los extremos imaginarios que están muy lejos de ser frecuentes. Cuando se hacen para esos casos casi improbables, resultan malas leyes.
2) Eutanasia. Este caso es más difícil pero sólo porque lo disfrazan de suicidio. “Suicidio asistido” le dicen en los hospitales europeos cuando a una persona, anciana por lo común, le “medican” (drogan) y apremian con sentimientos de culpa –lavado cerebral– para hacerle firmar un papel, y así liquidarle para que no ocasione más gastos. Muchas veces con presión de sus herederos, y del (in)seguro social. Esta es una entre otras de las muchas salvajadas propias de la medicina socializada. Pero como el aborto, estamos ante el asesinato de un inocente que por debilidad es incapaz de defenderse. Y conste que las leyes pro-eutanasia fueron dictadas alegando “los casos extremos”.
3) Drogas. Debería ser obvio que cruzamos la línea. Si un fulano o fulana se inyecta, inhala, traga o se introduce algo por el hueco de la nariz o de la oreja (u otro agujero) es algo malo, muy malo me parece; pero, ¿acaso la Prohibición detiene al consumidor? ¿Vale la pena seguir con esta inefectiva, fracasada, ridícula y costosa política de hacer delitos de estos pecados? Y cuál es la diferencia entre meterse vodka, tabaco, marihuana, cocaína, heroína o efedrina? Pues entonces, ¿cuál es la diferencia entre vender una cosa o la otra? Por favor: seamos coherentes.
4) Homosexualismo. Estamos de este lado de la línea: no debería ser penalizado como delito. Pero seamos coherentes con lo dicho sobre igualdad de derechos: tampoco debería recibir privilegios especiales. ¿Y qué otra cosa son los “derechos de los homosexuales”? ¿Y por qué no “derechos de los pelirrojos”? ¿O los “derechos de los que miden menos de 1.50 de estatura”? En materia sexual vale la misma regla: neutralidad. No en contra. Pero tampoco a favor. Su conducta no debería ser modelizada como ejemplar.
Los liberales tenemos que ser coherentes (¡alguien tiene que serlo en la Era de la incoherencia!) Y recordar las sabias enseñanzas del Profesor Hayek sobre los derechos: las leyes deben ser generales, sin discriminar, es la única manera de hacerlas iguales para todos. Los derechos que son exclusivos para personas que pertenecen a determinadas clases, géneros, categorías, razas, naciones, religiones, empresas, oficios o profesiones, no son derechos sino privilegios. Y las leyes dirigidas a esas particulares categorías de personas no son leyes sino estatutos u ordenanzas. Al decretar y fijar minuciosamente los derechos y obligaciones de ciertas y determinadas clases de gente, este tipo de “leyes” discriminatorias son muy malas porque no dejan espacio a los contratos; es decir: a la libertad de las personas de arreglar libremente sus conductas de modo voluntario, sin intromisión del Gobierno.
Y una de las enseñanzas liberales que vale recordar en este caso, es que el matrimonio, por su naturaleza, es básicamente un contrato. Hoy en día no es así, porque los gobiernos pretenden regularlo –como todo– y para ese fin decretan toneladas de minuciosos estatutos sobre las condiciones, conductas, derechos y obligaciones, etc. etc. Pero si aceptamos que el matrimonio es un contrato, pues entonces cada quien lo celebra (o lo rescinde) como bien (o mal) lo decide. Y si algunos o algunas del mismo sexo quieren casarse, pues que hagan su contrato si quieren; nadie debiera impedirlo. Pero lo que ellos o ellas no debieran, es reclamar privilegios legales.
¿Y qué sobre adopción por parejas homosexuales? Veamos. Las leyes de antes no permitían a los niños muchas cosas, como comprar o vender propiedades, tomarlas o darles en alquiler, etc. Se entendían estas prohibiciones legales como una protección de la infancia. Hoy en día el paternalismo estatal no las ha disminuido: las ha aumentado, mediante ordenanzas tituladas “derechos de las niñas, niños, adolescentes y adolescentas” o algo así, que les dan a los gobiernos derechos sobre los niños que les quitan a sus padres. Y la “política correcta” tiene una feroz campaña contra algo que no se sabe si es la pornografía infantil o es Internet. Pero en medio de estas histéricas cruzadas para “proteger” a los niños… ¡se quiere permitir y fomentar su entrega en adopción a parejas de homosexuales y lesbianas! ¿Qué es esto? ¿Incoherencia? ¿O hipocresía? La política correcta está lleno de incoherencias. Y de hipocresías.
¿Y la discriminación contra los homosexuales? Las leyes no deben discriminar; pero las personas discriminamos todo el tiempo, y tenemos derecho. Los homosexuales p. ej. nos discriminan a los “homofóbicos”: las personas con puntos de vista como los expuestos en este ensayo. Un homosexual no querría que yo fuese el maestro de sus hijos. Está en su derecho. Como yo estoy en mi derecho si no quiero que él lo sea de mis hijos. ¿Se entendió por qué la educación debe ser privada (como el matrimonio y el divorcio, y en general las relaciones familiares)?
¿Se entendió que la mayor parte de los problemas de la sociedad lo son del estatismo, y de sus instituciones colectivistas y dirigistas: educación pública, economía planificada, religiones oficiales, reglamentación estatal de las actividades privadas, medicina socializada, (in)seguro social, estatización de la familia, etc?
Espero que sí. Muchas gracias.
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